Entrevista de Javier Morales para El Asombrario, de Diario Público [24 junio 2018]

 

 Las relaciones de la literatura con la pintura han sido muy fructíferas a lo largo de la historia. Basta con analizar el periodo de las vanguardias de principios del siglo XX. En la última clase de ‘Escritura plástica. La escritura a partir de la imagen’, curso incluido en el Taller de Clara Obligado, contaremos con la presencia de Javier Saéz de Ibarra, uno de los cuentistas más relevantes hoy día en español, autor del libro ‘Mirar al agua’ (Páginas de Espuma), por el que obtuvo el Primer Premio Ribera del Duero de Cuentos y en el que el autor vasco se adentra en terrenos como el debate de lo que es arte o no. “La gente lee las ocurrencias líricas de un ‘youtuber’ y cree que es poesía, ve OT y cree que es música, compra el último premio amañado por criterios de ventas y cree que es literatura, va a ver monólogos cómicos y cree que ha ido al teatro”. 

¿Crees que ese diálogo entre la literatura y la pintura se mantiene en la actualidad o la literatura bebe más de otras expresiones artísticas, como el cine o las series de televisión?

No tengo suficiente perspectiva para responder a esa pregunta, aunque me da la impresión de que los escritores no se interesan mucho por las artes plásticas. Oigo decir que la mejor literatura se encuentra en las series, lo que me parece una desgracia. Y también que el lector acude a ellas para satisfacer sus ansias de ficción, lo que me parece lógico. Además, el gusto del público arrastra a muchos escritores de libros que terminan ambicionando una serie o la peli de sus narraciones.

En tu libro ‘Mirar al agua’ aparece ya el verbo mirar, tan importante en el arte y también en la escritura. Un escritor no sería nada sin esa mirada, ¿no?

Ya Leonardo dice que el objeto no se ve con los ojos sino con el cerebro. Es decir, con la mente (abotargada o no). Es decir, con la clase social, la propaganda, los hábitos, las necesidades, los valores. Un migrante visto por un conservador es un peligro, aunque no tiene ni idea de quién es (ni siquiera sabe que la palabra quién debería aplicársele en lugar de qué). El cuento que da título al libro habla de eso mismo. Así que mirar es un ejercicio muy complicado y, al mismo tiempo, una responsabilidad. No debemos permitir que nos miren de cualquier modo en este juego de cruces de miradas que es la cultura.

¿En qué medida influyen el arte en sentido amplio (pintura, escultura, cine…) en tu escritura?

Las artes plásticas son para mí una fuente de inspiración inagotable. Las tareas que se proponen, los temas que abordan y los procedimientos empleados, su actitud crítica en la detección y abordaje de nuestra realidad me resultan iluminadores, creo que abren enormes posibilidades a un escritor. Por otro lado, el buen cine siempre da qué pensar y anima al debate. Al final, el contacto con el arte es una experiencia completa de sensibilidad, emoción, placer, admiración, ideas, preguntas y estímulos para formular una respuesta. Uno quisiera, con su escritura, contribuir también a la belleza del mundo y a su claridad.

Se te suele etiquetar como escritor experimental. ¿Crees que la experimentación, hoy, se da más en el mundo del arte que en la literatura?

Toda literatura es experimental. Otra cosa es redactar libros, que consiste básicamente en darle a la manivela y acumular. Porque toda literatura es buscar: buscar en el fondo de lo ya dicho y de lo callado, y buscar en los bordes de las formas ya empleadas. Si no me equivoco, observo que esto los artistas plásticos lo han incorporado ya como una tarea ineludible, precisamente en el contexto de la indefinición de qué sea el arte. En el mundo de los libros, en cambio, no; quizás porque no se ha tomado conciencia plena de esta crisis o porque se huye de sus consecuencias. Salvo excepciones, leo cuentos y novelas de autores intercambiables e irreconocibles; a veces, parece que incluso compartir editorial los iguala. No sé si será por la nefasta influencia del aplanado inglés que se lee y se nos inocula. Habría que vetar la literatura anglosajona durante una década, hasta que se limpie el escaparate. A ver si así…

¿Y qué me dices de la crítica? Decía el escritor César Aira que echaba de menos en la literatura ese crítico implacable que es el gran público ante el arte abstracto, algo que no se da tanto en la literatura.

Dice el crítico José Jiménez que el público de arte se molesta porque no entiende a la primera, considera que es un derecho suyo entender de manera espontánea y lo desprecia. Creo que sin aprendizaje estético no hay juicio estético. Los lectores ven expositores de libros donde la literatura está mezclada con la redacción y ya quedan confundidos. Pasa también con el cine y las demás artes. Era preciso para el mercado que desaparecieran los criterios y el aprendizaje de la Literatura y la Filosofía en la enseñanza secundaria para favorecer la asimilación de productos de ínfima calidad artística y carentes de importancia, fáciles de propagar. La gente lee las ocurrencias líricas de un youtuber y cree que es poesía, ve OT y cree que es música, compra el último premio amañado por criterios de ventas y cree que es Literatura, va a ver monólogos cómicos y cree que ha ido al teatro. Y así.

¿Qué crees que puede aportar la pintura y el arte a un escritor?

Me parece que el ejemplo de la pintura debería ser asumido por todo escritor. Un pintor no dice: “voy a pintar bien” (hay escritores que dicen fundar nada menos que su ética en frase tan trivial). Un artista plástico debe responder a múltiples preguntas previas: ¿qué materiales: acuarela, óleo, acrílico…?, ¿sobre qué superficie: tela, madera, plástico, cemento…?, ¿con qué técnica: un pincel, una espátula, el goteo…?, ¿mediante qué estilo?, ¿desde qué idea de la visión, del concepto, del objeto, de la realidad?, ¿en qué tradición?, ¿respondiendo a qué, a quién?, ¿y por qué y para qué?, ¿y en qué proyecto?, ¿y conforme a qué trayectoria, etc., etc.? No se puede definir “pintar bien” ni “escribir bien”. Mi amigo el pintor Jorge Cano dice que no existe la página (el lienzo) en blanco; ojalá lo estuviera. Más bien está ya subescrito y circunscrito por todo lo que sabemos, y los prejuicios y limitaciones que nos acompañan y determinan. Más bien la operación que necesitamos es desmontar ese andamiaje hasta donde sepamos para bucear mejor. Escribir NO ES poner una letra tras otra, eso es el whatsapp.

¿Cuál es tu método de trabajo? ¿Tienes alguna rutina?

No tengo métodos ni rutinas. Escribo siempre como respuesta a una inquietud que brota más bien de improviso. Los últimos libros y escritos han surgido como proyectos literarios que implicaban de uno a tres años más o menos y que me resultaban atractivos. En ocasiones, se atraviesan otras ideas y las sigo con ganas. En mi caso, tengo fe en lo que la inspiración me pide en cada momento y siento que debo responder a ella; como lo que debo pensar-buscar-decir aquí y ahora.

¿Algún proyecto entre manos?

Sí. Y eso que iba a tomarme un año sabático para leer y tomar notas tras el libro de 2017. Ahora estoy inmerso en la publicación de una novela por entregas en una revista digital y, en perspectiva, tengo un libro de cuentos. Más allá de eso, recojo materiales para un ensayo y hay una novela esperando su continuación. A ver por dónde sopla el viento.

¿Qué le dirías a un escritor que empieza?

Dos cosas. Primero, que comparta lo que hace y no acepte cumplidos. Segundo, que escriba de lo que de verdad le interesa y diga lo que de verdad quiere decir; lo demás viene solo o no importa.

 



Entrevista de Javier Yuste para El Cultural.com [29 marzo 2017]

 

El escritor publica Fantasía Lumpen, un libro sobre la crisis económica desde una perspectiva hiperbólica que nutre su larga trayectoria de cuentista.

Un hombre que de la noche a la mañana es capaz de solucionar cualquier problema empresarial con su sola presencia, un jefe que quiere comerse la mano de uno de sus trabajadores, un cajero de un banco con tendencia a asesinar a quien le pide un préstamo, las quejas de un vendedor de zapatos que no se quiere agachar… Estas son algunas de las historias que vertebran Fantasía Lumpen (Páginas de Espuma), el nuevo libro de cuentos de Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961), que viene a suceder a otros compilaciones de relatos como El lector de Spinoza (2004), Propuesta imposible (2008), Mirar al agua. Cuentos plásticos (2009) y Bulevar (2013). En este libro Javier Sáez de Ibarra denuncia los excesos del capitalismo utilizando recursos que van de lo fantástico a lo hiperbólico, pero sin renunciar a abrir algunas rendijas por las que escapar del sistema.

 

P.- ¿De dónde proceden los estímulos que dan luz a un libro como Fantasía Lumpen?

R.- De un modo inmediato diría que los estímulos proceden de la crisis económica, política y social. La mayor parte de los cuentos, sobre todo los de la primera sección, son muy recientes. Los empecé a escribir a partir de 2012 y hay alguno que data incluso de 2016. Pero desde un punto de vista más amplio diría que siempre me han interesado los cuentos de temática social, incluso política. Por eso hay algunos cuentos que tenía escritos desde hace más tiempo que encajaban perfectamente en el libro.

P.- Sin embargo, a lo largo del libro, rehúye los relatos de pura denuncia social…

R.- Hay relatos de denuncia social, pero no tienen un estilo realista ni aportan datos como podría pasar en el reportaje o la crónica periodística. Yo utilizo la imaginación para generar una ficción con mucha carga de fantasía, con hipérboles, recurriendo a lo grotesco, a lo satírico… Por otro lado, algunos de estos relatos hablan directamente de lo humano porque no hay un corte tajante entre las dimensiones familiares o afectivas y las laborales o sociales, para mí todo está relacionado.

P.- En el origen de estos cuentos tiene mucha importancia la anécdota, ¿no?

R.- Desde mi punto de vista el cuento siempre relata una peripecia personal. Después puede haber un argumento más o menos oculto o más o menos explícito, pero siempre es algo que les ocurre a unos personajes. Esa es la esencia del cuento y en este libro siempre hay unos personajes que viven cosas. Eso es la literatura para mí: a través de la ficción iluminar la vida real.

P.- ¿Cómo funciona el paso de identificar una anécdota interesante sobre la realidad de la clase trabajadora a configurar un relato?

R.- En mi caso la escritura es muy intuitiva. Normalmente parto de un problema o de una pregunta sobre una situación de inestabilidad: alguien pide un sueldo y se lo rechazan o alguien necesita irse al extranjero porque está agobiado con su vida… Yo no conozco el final del cuento, pero lo voy encontrando a medida que escribo. No suelo planificar nada, con alguna excepción puntual. Pero es cierto que, de alguna manera, tu intención al principio del relato prefigura el final del mismo. Si me adentro en un conflicto concreto de una relación de pareja, ese conflicto eclipsaría otros aspectos como pueden ser la sexualidad o la dominación, por ejemplo. Pero el final nunca está preconcebido sino que es en la propia dinámica del relato cuando va apareciendo.

P.- ¿Cree que el cuento funciona mejor que la novela a la hora abordar temáticas de compromiso político-social?

R.- Alguna vez he escuchado que el cuento no puede ser comprometido, pero yo creo que el cuento y la novela son equivalentes. En general echo en falta que el mundo del cuento trate estos asuntos. La novela, como ya ocurrió en los 60 y en los 70, se ha volcado más en los últimos años en estas cuestiones sociales. Después ha habido autores de relato más concienciados. Por ejemplo, Ignacio Aldecoa siempre tuvo interés por la gente de clase más baja: toreros, boxeadores, camineros, conductores de tren… Siempre existió ese interés, pero en los últimos años había desaparecido un poco. En mi caso creo que hay que valorar el libro como conjunto porque tiene una entidad propia diferente a una mera acumulación de relatos. Y en este sentido tiene la ventaja respecto a la novela de que puede ser más poliédrico.

P.- El libro se abre con dos lemas: "Ya no hay clases sociales (adagio común)" y "Nadie pertenece al proletariado". ¿Decodifican de alguna manera el contenido?

R.- Sí, estos dos lemas encuadran el libro como si fuera una provocación o casi como si fuera un silogismo que tendría que demostrar. Se nos ha impuesto la idea de que ya no hay clases sociales y por tanto ya no hay lucha de clases. Como el proletariado es una clase social, nadie pertenece ya al proletariado. Ese sería el silogismo de partida, que actuaría como una provocación porque a medida que leemos los cuentos nos encontramos a una serie de personajes en situaciones incómodas y a veces terribles. De alguna manera creo que el libro invita a leer desde la clave de la clase social la condición de los personajes. Las personas no están en la sociedad como garbanzos en un puchero que deambulan de un lado para otro, sino que están estratificados conforme a sus posibilidades de dominar su propio trabajo y de dirigir su propia vida. Entonces el lector tiene que hacer examen de si esas dos sentencias del principio se confirman o no.

P.- ¿De qué manera cultiva el humor en estos relatos?

R.- Cuando hay tragedia, el humor es también algo fantástico. Parece que en situaciones tan dramáticas no correspondería reírse. En este libro el humor funciona, o al menos yo lo he pretendido, como una forma de descargar la tensión pero no tanto para evadirse como para dar una pirueta y volver a ella. Aquí tiene un cariz de humor negro, incluso sarcástico, porque habla de situaciones verdaderamente terribles.

P.- Parece que le gusta experimentar en cuanto a la forma y el estilo de los cuentos.

R.- La historia del cuento es para mí un repertorio de herramientas donde caben el realismo, la hipérbole, lo simbólico, el final inesperado, el anticlímax, la exageración… Todos esos recursos están a disposición del cuentista. Más que preocuparme de fraguar un estilo desde unas premisas a las que soy fiel, he ido descubriendo que tengo una voz más o menos propia pero que nace como algo inevitable de mi manera de ser y de mis limitaciones. A mí me interesa ser lo más eficaz posible a la hora de contar algo que me interesa. La forma la voy encontrando a medida que trabajo y me interesa como la forma se adapta a la historia, más que premisas sobre supuesto previos de escritura de un cuento. No sigo ningún decálogo ni ninguna norma. Para mí el cuento se genera de la libertad total.




Entrevista de Braulio Ortiz Poole para Diario de Sevilla. [30 julio 2017] 



Entrevista de Marisa G. para Lecturápolis. [27 julio 2017]