FANTASÍA LUMPEN (Páginas de Espuma,
2017)
Te puedes encontrar cualquier cosa
en los relatos que descomponen Fantasía
lumpen: claro, es un manguerazo de
imagen turbia en los callejones sin salida de la suciedad anónima. Y en ellos
tienen cabida todo tipo de muertos vivientes que aún no saben que un autor está
fabulando con sus desgracias. Que son el parte nuestro de cada día en esos
televisores amenazadores. Los personajes de Sáez de Ibarra viven una realidad
descontrolada donde los presidentes de turno pueden hablar desde la caja tonta
a espectadores cautivos y los guardias de seguridad vigilan fantasmas esposados
a sueños clandestinos. Sus historias tienen un punto de partida sobre el que el
autor (quizá) da pistas por boca de otros: “Mi imaginación se activa a partir
de datos originales de la realidad”. Y en esa realidad tiene un peso
fundamental la losa del capitalismo, que ha dejado en los huesos el rock, el
pop, el punk, lo no figurativo y la poesía. Una auténtica matanza llena de
víctimas colaterales que las pasan canutas para pedir tímidamente el sueldo
mínimo profesional, zanjas sociales donde sobreviven como pueden aprendices de
suicida, perros muertos que encienden destinos como antorchas rabiosas, casas
que apestan a museo, felicidades rotas, polvos sin lodo, comandos justicieros y
muertos que hablan.
Hay títulos que mandan un mensaje
muy claro de oscuridad: “Diversos avatares
politi-socioló-econó-psicoló-espirituales (con final imprevisto)”. Y el lector se
adentra en el laberinto narrativo sin saber qué se va a encontrar, la sorpresa
siempre al acecho. La injusticia manda, hay demanda constante de voluntades que
aplastar en un mercado donde se escuchan frases como esta: “Te contrato el
lunes y te echo el viernes a las seis y media, como al resto”. Y así llevamos
quince meses. Y pueden ser treinta más.
En esta fauna habitada por seres muy
parecidos a los hombres huecos de Eliot hay con frecuencia jefes rastreros y
arrastrados, órdenes delirantes y jerarquías descarriadas. También hay trueques
familiares que se quedan en familia, segundas revoluciones con el motor
gripado, caídas libres en el abismo de la derrota vital. En semejante selva de
fieras y víctimas, la prosa imprevisible de un autor que mide sus palabras
hasta que encajan al milímetro en el por qué de las cosas se vuelve implacable
buscando fórmulas que se escapen de cualquier peligro de adormecimiento. No puede
extrañar, pues, que haya un cuento con versión extendida “no imprescindible que
puede seguirse al final conforme a las sucesivas llamadas que aparecen. Quizá
pueda apreciarse un aroma shakesperiano en esos fragmentos”.
¿Les llega el olor a humor punzante?
Invade todas las páginas, y eso convierte los dramas más intensos e
intencionados. “Todo el que hace huelga tiene razón. Siempre. Pero la razón no
mueve el mundo. Sino lo contrario”. Reflexiones así se cuelan por las cañerías
literarias de un libro en el que encontramos ensayos jugosos sobre el
capitalismo y secuencias con fogosa intensidad con iglesias ocupadas y figuras
de San Jorge cabalgando sobre la intolerancia. También conocemos desde dentro
el funcionamiento mental de un empresario en su relación con sus empleados; lo
vemos nacer, crecer, sobrevivir entre la desconfianza y el egoísmo bien
administrado.
En Fantasía lumpen se mezclan hechos y deshechos para que circulen por
la vía rápida ambulancias sostenibles, energías del universo comestibles, los
fantasmas del Greco, conductores que imaginan montañas como senos y
conversaciones de sofá hogareño en las que el cuerpo de letra cambia a ritmo de
mandos a distancia. Un festín literario, en suma. Buen provecho.
“El laberinto de los hombres huecos”, Tino Pertierra. Revista Mercurio. [marzo 2017]
· Lo que nos presenta
Sáez de Ibarra son auténticas hendiduras de la condición humana la injusticia,
la humillación, el egoísmo, en suma: la explotación.
·
Lo mejor del libro consiste en lo que
tiene de fantasía, no ya temática, sino compositiva, para mostrarnos los
desmanes del capitalismo y el lenguaje paternalista del neoliberalismo.
Fantasía lumpen, el nuevo libro de cuentos de Javier Sáez de Ibarra, consta de tres partes tituladas de desiguales dimensiones, pues la primera (“Fantasías”) se compone de diecinueve relatos, la segunda (“Rendijas”) de siete y la tercera (“Capitalismos”) de un solo texto, que parece hallarse más cerca del artículo divulgativo sobre historia política y económica, del alegato o la perorata, en suma, que del relato de ficción. Se trata de uno de esos libros en los que los paratextos resultan sustanciales, pues rinden al máximo, ya que en ellos se anticipa buena parte del sentido del conjunto. Debemos tener en cuenta, por tanto, la significativa ilustración de la cubierta, obra de Jorge Cano; los dos lemas iniciales; el colofón y las dedicatorias, sobre todo la dirigida a Reyes Mate, en el cuento “El negro”. Claro que todo esto apenas supone nada si luego la calidad de los textos no se corresponde con las exigencias necesarias.
Creo que lo mejor del libro consiste en lo que tiene de fantasía, no ya temática, sino compositiva, lingüística, de cómo el autor se vale de la sátira, de la ironía y del humor, de diversos juegos con las grafías (el mejor ejemplo de ello es “Entre mensajes”, donde contrapone los anuncios publicitarios de la televisión a la vida real), con el lenguaje, y poder mostrarnos así los desmanes del capitalismo, al tiempo que desenmascara el lenguaje paternalista del neoliberalismo, con “lo sostenible” a la cabeza. De ahí por tanto su título, cuyo sentido puede apreciarse, por ejemplo, en cuentos como “Pedir de verdad” y “El patrón del deseo”.
Más que rendijas, lo que nos presenta Sáez de Ibarra, y no solo en la segunda parte, son huecos, y hasta abismos, auténticas hendiduras de la condición humana: la injusticia, la humillación, el egoísmo, las consecuencias de las huelgas (“Todo el que hace huelga tiene razón. Siempre. Pero la razón no mueve el mundo. Sino lo contrario”, afirma el narrador de “La gran huelga” en la página 92, un relato compuesto de versículos en gran parte); en suma, la explotación. Así las cosas, la denuncia resulta más efectiva cuanto más sutil y compleja, siempre que aparezca de manera oblicua, ya sea en forma metafórica o alegórica; no cuando se muestra demasiado explícita. Ese hombre sin rostro y con las manos en alto, despojado de sustancia, de atributos, que aparece en la cubierta (se le alude en el texto final, en la página 207), puede ser la víctima propiciatoria de estas narraciones, en un momento de la historia en que –como se afirma en uno de los cuentos— “el capitalismo ya se había merendado el rock, el pop, el punk, lo no figurativo y hasta la mierda de artista” (pág. 27).
De lo que se trata en el libro, al fin y a la postre, aquello que en esencia pretende es cuestionar los lemas que lo encabezan. El primero, “Ya no hay clases sociales“, más que un adagio común –no lo ennoblezcamos tanto— se ha convertido en una muletilla sin fundamento alguno. Como tampoco lo tiene el segundo lema: “Nadie pertenece al proletariado”. Y, sin embargo, son los mismos proletarios los que en algún momento renunciaron (¿o los han convencido para que renuncien?) a ese orgullo de clase, que hasta hace unas pocas décadas todavía existía de forma más generalizada. O como afirma el narrador del texto que cierra el libro, con todas las trazas de ser el mismo autor: “El que no es marxista es idiota. O cae en la simplicidad, otra forma de idiotez” (pág. 204). Esos diversos significados que se nos anticipan, se complementan en el colofón, fechado el “Día internacional de la mujer // TRABAJADORA”, que transcribo tal y como aparece en el texto, con la correspondiente separación de líneas y los distintos cuerpos de letra.
En diversas entrevistas, el autor se ha preguntado si el cuento es un género adecuado para mostrar una visión crítica de la realidad. La respuesta ya la sabemos, pues lo fue en otros momentos de nuestra historia literaria reciente, como en la generación del mediosiglo, de Ignacio Aldecoa a Daniel Sueiro; sin dejar de serlo hasta el presente, de lo que sería un ejemplo perfecto los relatos de Roberto Bolaño. El rencor, sin embargo, no necesariamente es marchamo de calidad literaria, ni tampoco me parece que deba utilizarse la ficción como un arma arrojadiza contra nadie. Ya se hizo durante el franquismo, y ha seguido haciéndose hasta hoy, con resultados ética y estéticamente modestos la mayor parte de las veces (las excepciones podrían ser, aunque haya más, Juan Eduardo Zúñiga, Rafael Chirbes o Alfons Cervera), sin que tampoco consiguiera llegar a aquellos lectores que sus bienintencionadas aspiraciones pretendían.
Sáez de Ibarra ha querido mostrarnos en este libro algunas de las trágicas situaciones personales y laborales que ha traído consigo la crisis económica, muchas de las cuales ya venían de lejos. Me temo que no siempre sus historias funcionan literariamente, como ocurre por ejemplo en “Las desventuras del joven novio”, “De tal palo”, cuya versión expandida entorpece la narración, o la titulada “Cuento capitalismo”, las cuales chirrían por su obviedad, o porque, con respecto al último relato, donde se presentan cuatro casos, lo discursivo ahoga lo narrativo, al plagar el texto de historia, citas y referencias, de Marx al historiador Fontana, hoy –por cierto— obsesionado por la identidad catalana. Destacaría, en cambio, relatos como “Pedir de verdad”; “El caballo lejano”, con su excelente final, en una célebre escena de Nietzsche en Turín; “Memoria de una iglesia”, en la que dos amigos ocupan un recinto religioso, donde viven de noche; “El vendedor de zapatos”, compuesto mediante acciones simultáneas; “Lazos”, que transcurre en un velatorio en que todo aparece insinuado, y nada resulta del todo claro; o “El negro”, donde la verborrea contrasta con el silencio del negro, que acarrea una historia ancestral de abusos y penalidades.
En el libro se recogen cuentos muy diferentes, y muy desiguales, que no siempre conviven en armonía, según hemos indicado. El autor —al igual que afirma uno de sus personajes, un escritor: “Mi imaginación se activa a partir de datos originales de la realidad” (pág. 27)— utiliza el delirio, o los sueños, y el diálogo entre sus criaturas, la búsqueda del interlocutor, como el Tomi del primer cuento, o el “amigo Miguel” del último texto. A veces abusa de los coloquialismos, que se pudren a una velocidad supersónica; y reduce las situaciones al absurdo, como ocurre en “Coordinación oficinística o algo” y en “El discurso sostenible”, o las acerca a esa forma española de lo grotesco que es el esperpento. Tampoco faltan citas culturales explícitas, a Freud, Arthur Miller y Tenessee Williams en “Lo del ejemplo”, o alusiones (a Dante en el comienzo de la paradójica historia que se relata en “Un emprendimiento” y a La vida es sueño en “El negro”, por solo recordar unas pocas).
Sáez de Ibarra es uno de los mejores y más ambiciosos autores de cuentos surgidos en lo que llevamos de siglo. Entre sus libros, Mirar el agua. Cuentos plásticos (2009) sigue siendo mi preferido, del que –por cierto— podría haber formado parte “Lo que la luz construye con las formas, con los cuerpos, el accidente”, título poco afortunado por retorcido. Este nuevo volumen, con sus pros y sus contras, por los nuevos registros que explora y el empeño por contar los hechos de manera diferente, sigue manteniéndolo, sin embargo, en esa privilegiada posición.
Javier Sáez de Ibarra acaba de presentar su
nuevo libro de cuentos, ‘Fantasía Lumpen’ (Páginas de Espuma). Un libro de
denuncia, un libro original, con propuestas formales poco transitadas y mucho
humor negro. Un libro protagonizado por individuos desclasados que han perdido
la conciencia de sí mismos no solo a consecuencia de la crisis, sino de un
sistema, el capitalista, que les ha privado de identidad, de conciencia del
ser, para desactivarlos como amenaza.
En
sus doce consejos para escritores, Gabriel García Márquez aseguraba que el
deber revolucionario de cualquier escritor es escribir bien. Y estoy de
acuerdo. Es un compromiso ineludible, sin duda. ¿A qué otra cosa puede aspirar
alguien que escribe sino a intentar hacerlo de la mejor manera posible,
tratando de narrar como nunca antes se había hecho? Pero ese compromiso no
excluye que la realidad en la que vivimos se cuele en nuestras historias, de
una u otra forma. El escritor no vive en una torre de marfil y es hijo de su
tiempo, aunque aspire a ser un clásico, o precisamente por eso. Hay escritores
que van un paso más allá y ante la indignación que sienten por el mundo que les
rodea, por sus injusticias, no solo tratan de escribir bien, de ser
revolucionarios en la escritura, también en las historias que cuentan. Fondo y
forma espoleándonos para que no cejemos de luchar por una sociedad mejor. Entre
este último grupo de escritores, desgraciadamente tan escaso hoy en día,
podemos situar a Javier Sáez de Ibarra y su último libro de cuentos, Fantasía lumpen (Páginas de Espuma).
No
solo he tenido la suerte de leerlo, también la de presentarlo. Fue la semana
pasada, en la librería Puerta de Tannhaüser, un pequeño espacio libresco
ubicado en Plasencia que, junto a otras dos librerías, fue galardonado el año
pasado con el Premio Nacional de Lectura.
Para
quien aún no conozca a Sáez de Ibarra, diré que se gana la vida como profesor
de Literatura en un instituto, que ha obtenido los premios más prestigiosos de
relato de nuestro país (el Setenil y el Ribera del Duero) y que Fantasía Lumpen es su quinto libro de
cuentos, todos ellos publicados en Páginas de Espuma, editorial de referencia
en el género.
Por
el título de sus libros (El lector de Spinoza, Propuesta imposible, Mirar al agua. Cuentos plásticos, Bulevar y ahora Fantasía lumpen) podemos ver los intereses de
Javier como autor. Todos en realidad. Desde la creación, el arte, la filosofía
o la metafísica de la vida cotidiana. Parafraseando a Terencio, nada humano le
es ajeno, una frase recogida siglos después por Karl Marx, un autor que de
alguna forma está muy presente en los cuentos que integran Fantasía lumpen.
Variedad
de temas y variedad de apuestas narrativas y estéticas, ambición por contar las
cosas de otra manera. Al fin y al cabo los temas no cambian, solo nuestra
mirada y yo creo que Sáez de Ibarra intenta llevar esta máxima lo más lejos
posible.
Si
en su anterior libro de cuentos, Bulevar,
al modo de Perec con La vida instrucciones
de uso, Sáez de Ibarra radiografía la vida desde las esquinas
de un barrio, en Fantasía lumpen el
protagonista son esos individuos desclasados que han perdido la conciencia de
sí mismos (“Ya no hay clases sociales, nadie pertenece al proletariado”, dice
la cita que abre el libro), no solo a consecuencia de la crisis, sino de un
sistema, el capitalista, que les ha privado de identidad, de conciencia del
ser, para desactivarlos como amenaza. Estamos, pues, ante un libro de denuncia,
un libro original y, poco convencional, con propuestas formales poco
transitadas.
Es
conocida la frase de Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los
violentos, de los corruptos, de los sin ética. Lo que me preocupa es el
silencio de los buenos”. Pues bien. Sáez de Ibarra es un hombre bueno que no
quiere callarse, pero su grito no es un grito convencional. Su punto de
partida, creo yo, es el apunte de Rogelio López Cuenca que inicia uno de sus
cuentos, Entre mensajes:
“De la misma
forma que las relaciones de poder producen formas estéticas, a la inversa, las
expresiones culturales constituyen modos de ver, de hacer visible, de
representar, de simbolizar poder o contrapoder. Todo acto estético, en tanto
que configuración de la experiencia, por su potencialidad de producir modos de
ver, de sentir, de existir, es por tanto político”.
Dividido
en tres partes, Fantasías/Rendijas/Capitalismo, que tanto recuerdan a la famosa
tríada hegeliana-marxista de tesis/antítesis/síntesis, Fantasía lumpen es ante todo, digámoslo
ya, un libro divertido y fresco. El grito de Javier, como digo, no es un grito
plano, común, sino un grito a veces grotesco y expresionista, como el de Alfred
Döblin en Berlin Alexanderplatz,
o humorístico-satírico, como el chaplinesco de Tiempos modernos. Entre el humor y la tragedia, los
personajes que transitan Fantasía lumpen son
trabajadores que han perdido su empleo, que piden que se les aumente el sueldo
hasta el salario mínimo interprofesional. Son hijos adolescentes que no
comprenden el mundo y que se avergüenzan de que sus padres hayan perdido el
trabajo, son ambulancias que no funcionan sino a base de la terquedad de
quienes a pesar de los recortes se empeñan en que las cosas salgan adelante.
Son los esquinados del sistema. Son padres e hijos intercambiables en el
trabajo. Los personajes de Fantasía lumpen se
confunden y se solapan. Más que con personajes individuales, nos encontramos
con un personaje colectivo, casi coral, un cúmulo de voces a veces desafinadas
que ni siquiera intenta hacerse oír.
Si
como decía Marx el trabajo define a las personas, la ausencia del mismo (“Un
ser como yo tampoco tiene sintaxis”, dice el personaje de Discurso sostenible) lo anula, lo borra como
individuo. La búsqueda de trabajo se convierte así en una búsqueda de la
identidad. Esa identidad colectiva está ahí, solo que sus personajes no lo
saben todavía.
Sáez
de Ibarra tiene la virtud de sorprendernos con cada uno de estos cuentos,
dispares, con una búsqueda de un lenguaje que intenta representar ese grito del
lumpen, de los que no son y no existen. Es envidiable su capacidad para
meternos en su mundo. Decía Marsé que lo único que no se le puede perdonar a un
escritor es que sea aburrido. Pues eso no pasa con Javier. La inquietud formal
de Javier nace del deseo de no repetirse, de no aburrirse, de mirar de otra
manera a lo que siempre ha estado presente. Y ese divertimento en parte cortazariano, esa libertad, su capacidad de
metamorfosearse, se percibe en cada uno de sus textos. Yo diría que Javier Sáez
de Ibarra es un escritor libertario, alérgico a las cadenas y a los dogmas
estéticos, que se lo pasa en grande escribiendo.
Como
en otros de sus libros, también en Fantasía
lumpen están presentes el amor, la amistad (“el amigo es el
médico de la tristeza”, dice en Lo del
ejemplo) y la esperanza. También la religión, o una versión de la
misma. Y por supuesto el humor, un humor negro que nos salva como lectores.
Como
Javier, creo que la literatura y la belleza no son incompatibles con lo que
podríamos llamar la denuncia social y política, la llamada a la acción. Su
libro me ha recordado a esas palabras escritas por René Char en Hojas de Hipnos: “No hay espacio para la
belleza, todo el espacio es para la belleza”. No renunciemos, pues, a la
belleza, ni a la revolución.
Fantasía Lumpen para no renunciar ni a la belleza ni a la revolución,
Javier Morales. Área de descanso, de El Asombrario y Co,
Diario Público. [16 abril 2017]
El nuevo libro de Javier Sáez de
Ibarra (Vitoria, 1961), Fantasía lumpen,
responde a una actitud de escritor que veo bastante clara, aunque no me resulta
fácil explicarla. Se trata de una postura de absoluta libertad que le impulsa a
convertir dispersos estímulos de la vida en materia narrativa. Solo le
guía el gusto de hacerlo, de transformarlos en relatos sin sentirse
obligado a someterse a ningún condicionante, sin sujetarse a una temática,
forma o estilo determinados.
El propio socarrón título parece
reflejarlo: aquí tiene usted, lector, parece decir Sáez de Ibarra, un puñado de
fantaseamientos surgidos de una imaginación indigente porque no hace otra cosa
que observar la realidad. Se produce así una comunicabilidad muy directa con el
destinatario en cuanto éste asuma ese juego o pacto con el autor.
Esta actitud paga, primero, el
precio del carácter misceláneo del libro, marcado por su variedad
anecdótica. Se encadenan casos del todo distintos: el fracaso de un
“arreglatodo”, los dilemas de un escritor, la inclinación de un “cajero” a
asesinar a quien pide un préstamo, el fracaso al pretender un contrato laboral
o modificarlo, las quejas de un vendedor de zapatos por la obligación de
agacharse. Y se suceden situaciones dispersas: los inconvenientes de acoger en
casa a un amigo, las dudas entre ser empresario o empleado, el absurdo de lo
cotidiano, la alteración de la rutina, alimentarse con un misterioso “éter
amniótico nutricio” llamado “prana”...
A pesar de esta intencionada
mezcolanza, existe un cierto núcleo fuerte en torno al motivo anunciado por los
lemas que abren el volumen: “Ya no hay clases sociales (adagio común)” y “Nadie
pertenece al proletariado”. En cierto modo, una trama de problemática
testimonial atraviesa Fantasía lumpen. La última pieza del volumen,
“Cuento capitalismo”, llega al alegato ideológico contra el economicismo.
Pero no cabe hablar en sentido
estricto de relatos sociales de denuncia. En conjunto, el libro no
rebasa los apuntes sobre injusticias, aspectos laborales o situaciones
económicas malas. Y ello, desde una óptica humorística: un seudotratado
ensayístico acerca del progreso, la lucha de clases y el poder en la historia
moderna, una divertida argumentación sobre la plusvalía o una risueña
desacralización de la huelga.
El otro precio de la concepción
libre de Fantasía lumpen afecta a su dispersión formal.
Conviven unos cuantos microrrelatos con textos algo amplios. Mientras algunos
cuentos son explícitos y directos, otros, de sentido un tanto arcano, sugieren
más que explicitan. Los que terminan con intencionada indefinición se
contraponen a los que presentan un cierre sorprendente. En términos generales,
la mayor parte se inscriben en una actualización del canon tradicional: una
historia ceñida que se dispara hacia el desenlace. Pero como Sáez de Ibarra es
un narrador con fuerte querencia innovadora, no podía faltar esta afición.
“Entre mensajes” tiene aliento experimental: yuxtapone una historia y su glosa
con tipografía de diferente tamaño. El vanguardismo cortazariano deja
huella en “De tal palo”: permite leer el texto entero o saltarse partes que se
agregan al final a la manera de notas. El estilo también muestra juguetones (y
virtuosos) desniveles. A veces tenemos enunciados especulativos, digresivos y
retóricos. Otras, una prosa salpicada de vulgarismos o atormentada por
manipulaciones fonéticas.
El riesgo de dispersión provocado
por la multiplicidad de temas y registros de Fantasía lumpen tiene
su cara positiva. El intencionado popurrí impide la monotonía y propicia el
puro placer de la lectura que persigue el autor. La amena ristra de
experiencias del mundo hilvanada en Fantasía lumpen, divertida sin
dejar de ser seria, confirma sin duda alguna a Sáez de Ibarra en la primera
fila de nuestros cuentistas recientes más atractivos.
"Fantasía lumpen", Santos Sanz Villanueva. El Cultural de El Mundo. [17 marzo 2017]
Otras reseñas:
"El alivio de la risa", Elena Sierra. El Correo. Culturas. [5 mayo 2017]
"Fantasía lumpen", Marisa G., Lecturápolis [31 julio 2017]
"Coyuntural pero grande", Ernesto Ayala-Dip. Babelia, El País. [20 abril 2017]
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